¡Pégame, pégame, soy malo!

Oct 3, 2016

Esta es la historia real de Pedro, un niño protegido por la administración y acogido temporalmente en una familia acogedora. Nos relata lo que le ha ocurrido a Pedro pero puede ser lo mismo que le sucede a cientos de niños que sufre malos tratos. Es también la historia de una familia acogedora de Andalucía. Los nombres que aparecen y edades son ficticios para proteger la intimidad de los afectados, a excepción de los profesionales de la Fundación Márgenes y Vínculos. Los lugares que se mencionan también menos los generales que hacen mención a la provincia de Cádiz y Sevilla donde la Fundación Márgenes  Vínculos coordina un programa de acogimiento familiar de menores en familia ajena y extensa.

Pedro tiene seis años y lleva unos días taciturno. Sabe que se va a producir un nuevo cambio. El primero fue hace un año, cuando vinieron los policías y se lo llevaron de casa. A él y a sus dos hermanos pequeños. El se fue por un lado y sus dos hermanos por otro. Los códigos en su casa eran sencillos. A él le pegaban y él pegaba a sus hermanos. Como en todas las casas, suponía. Si le pegaban, le pegarían por algo, aunque él no sabía muy bien por qué le pegaban ni por qué pegaba. Porque todos pegaban, suponía. Las cosas funcionan así. En la calle todo parece muy bien, parece que los padres son buenos con los niños, pero dentro, en las casas, empiezan los gritos y las patadas. Todos contra todos.

Estos últimos seis meses en la casa de Sandra y Javier, que viven con el chico mayor, las dos gemelas, Sandra y Alicia, y el pequeño, Nicolás, todo ha sido distinto. Entre ellos no se pegan, no se gritan. A veces se enfadan, claro, pero la mayor parte del tiempo están de buen humor. Y eso a Pedro le da tranquilidad. Le ha costado un poquillo asimilarlo, pero lo ha entendido. Las tortas no forman parte de la ración de rutina de todo el mundo. Puede parecer extraño, pero es así, piensa Pedro.

Es verdad que pasó eso que no tenía que haber pasado. Fue el día de su cumpleaños, cuando sus dos hermanitos vinieron a casa de Sandra y Javier a soplar con él las seis velas que llameaban en la tarta. En un momento de la fiesta, él arrinconó a su hermanita y la empezó a pegar, como había hecho tantas veces antes. No sabe por qué lo hizo, habría algún motivo, pero muy tonto, no para pegar en el código de la casa de Sandra y Javier. Se dio cuenta cuando Javier le reprendió y Pedro se dijo a sí mismo pero qué estoy haciendo. Le entró una angustia, un llanto, que casi le deja sin respiración. Recuerda que le pidió a Javier que, por favor, le pegara: «¡Pégame, pégame, soy malo!», estuvo suplicando lo menos tres cuartos de hora en los brazos de la tata Sandra, que le decía muy dulcemente no eres malo, Pedro, no eres malo, eso ya pasó, ya pasó. Y es que Pedro lloraba porque había descubierto lo fácil que era volver al pasado. Y es que Pedro sintió una irrefrenable necesidad de ser golpeado.

Por eso, al final se ha ido a por Javier, ahora que sabe que dentro de poco cambiara de casa, que se va a ir a una nueva familia para siempre. Adoptado, dicen. Ha decidido preguntar a Javier de manera directa: «A la casa que voy, ¿es de una familia como ésta o como la otra?». Pedro, con sólo seis años, tiene un mundo dividido en dos, el de los golpes y el de los no golpes.

El sistema del acogimiento familiar da resultados mucho más rápidos de integración en los niños

Charlo con Javier, Sandra y Nicolás en una pequeña habitación del edificio que ocupa la asociación Márgenes y Vínculos en la plaza Mina de Cádiz, donde desde su puesta en marcha en 1996 se han protegido a más de mil niños por medio de la fórmula del acogimiento familiar en la provincia de Cádiz y en Sevilla.  El programa no para de crecer, aunque no pueda dar respuesta a la totalidad de los menores con protección en Andalucía, muchos de ellos en centros de necesidades especiales pendientes de algún tipo de integración familiar. Lo cierto es que Márgenes y Vínculos, entre su programa de acogida de familias ajenas y extensas (tíos y abuelos de los niños), ha prestado atención durante toda su trayectoria a menores marcados por la mala suerte de nacer en familias en que se producen maltratos físicos, abusos sexuales o simple abandono. «El sistema del acogimiento familiar da resultados mucho más rápidos de integración en los niños que han sido separados de sus padres biológicos que los centros de acogida», explica María Jesús Fernández, directora de este programa en Cádiz.

A nuestro alrededor hay muñecas y peluches. Pedro ya se marchó hace tiempo de casa y a Javier se le enrojecen los ojos al recordar el episodio de aquel cumpleaños. «Los niños, cuando son arrebatados de sus familias, tienen un sentimiento de culpa. Es lógico. Son ellos los que reciben los golpes, pero sus padres se quedan en casa y son ellos los que se van con la policía. Ellos son los malos». «Aprendes un montón -interviene Nicolás, que a sus pocos años tiene una tierna mirada de madurez-, te das cuenta de que, con la vida que ellos han llevado, a ti, por vivir con tu familia, te ha tocado la lotería». «Pero no es una lotería -sostiene Javier -. Los niños acogidos dan las gracias por todo, absolutamente por todo, por las cosas más básicas y tú les dices que no tienen que dar las gracias porque les laves, les des de comer… Son sus derechos. Y no es que nosotros seamos muy buenos, es que, si lo piensas bien, ellos nos aportan más de lo que nosotros les damos. Hemos tenido niños con dificultades de aprendizaje, una niña sorda… Ahora mi hija Sandra, que tiene 15 años, quiere ser profesora de educación especial, y Alicia, profesora de sordos. Esos niños les han dado a mis hijas sus vocaciones».

Todo empezó con una visita a un orfanato con decenas de cunas

Javier y Sandra van a conocer hoy su próxima ‘misión’, su próximo niño, por lo que se respira cierto nerviosismo. Será el séptimo. La semana pasada ya se celebró el cónclave familiar que sigue a cada acogimiento. Se reúnen los cinco en el salón de casa y se formula la pregunta: «¿Seguimos o descansamos un poco?» Hasta ahora, la respuesta siempre ha sido seguimos. En realidad, todo empezó hace mucho tiempo, casi veinte años, cuando Javier, profesor de tecnología en un Instituto, y Sandra, profesora de educación especial, decidieron hacer un viaje a Brasil con la asociación católica en la que colaboraban. Lo que vieron allí les marcó: inmensas salas en los orfanatos con decenas de cunas en las que habitaban bebés abandonados por los que se podía hacer poco más que suministrarles el biberón y taparles con sus mantitas. «Se abandonaban niños por las calles», recuerda Sandra.

Regresaron a España con el firme propósito de seguir trabajando con la infancia de alguna manera. Márgenes y Vínculos resultó ser el camino. El primer niño acogido fue Antonio. Antonio, 17 meses de vida y 17 meses sentado en un viejo carrito, arrumbado en el rincón de una casa llena de perros mientras su madre, poco más que una adolescente que había sido alumna de Sandra, se autodestruía. En 17 meses ni un juguete. El único estímulo del niño habían sido los colores de los panfletos de oferta de los supermercados. Los médicos avisaron a Javier y Antonio de que el niño, con las extremidades atrofiadas por la inactividad, quizá no podría andar, como mucho gatear. Cuando llegó a la casa de acogida Raúl estaba en un permanente silencio, la mirada perdida, ni lloraba. Sólo contestaba con un tímido guau si escuchaba en la calle el ladrido de un perro. En seis meses se obró el milagro. Nicolás se entusiasmó con Antonio, no paraba de jugar con él y no descansó hasta que Antonio caminó y sonrió. Hoy, Antonio, adoptado por una familia humilde pero muy cariñosa de Chipiona, sigue viendo de vez en cuando a Nicolás. Le llama el primo Nicolás. Quien ya no está en su vida es su madre. «Pensamos que esa gente que pierde a sus hijos por su desidia son un desastre, pero en la mayor parte de los casos son víctimas al igual que sus hijos. Cuántas veces he pensado que lo que teníamos que haber hecho era no sólo llevarnos a Antonio, sino también a su madre», reflexiona Sandra.

La primera experiencia, por tanto, fue un éxito y animó a las siguientes. El segundo acogimiento sería una niña, esta vez de tres años, con una tez translúcida, «daba miedo», recuerda Nicolás. Daba miedo la inmensa tristeza que transmitían sus ojos. Meses después, con el empeño de Sandra hija y Alicia, «volvió la luz a su cara».

No consideran que hayan tenido ningún fracaso en ninguno de sus intentos porque no se lo plantean en esos términos. Javier considera que «nosotros no hacemos nada, sólo seguir viviendo. Algunas familias que se interesan por el programa nos preguntan, dicen que tienen miedo, pero aquí no hay que tener miedo a nada, es todo mucho más normal». Pero el fracaso sí existe. Ocurrió con Mercedes, de 14 años, «una niña buena y obediente». Los meses con ellos fueron fantásticos, pero la familia de adopción, tras unas cuantas semanas, la rechazó. No era lo que ellos esperaban. Mercedes regresó al centro de acogida y luego se intentó con una familia de acogida permanente (hasta la mayoría de edad del menor). Tampoco salió. Mercedes tuvo que sentir que si era rechazada en todas partes, sería culpa suya, pero Javier estaba convencido de que Mercedes merecía una familia que la quisiera y ella sabría corresponder. «A los hijos los queremos incondicionalmente, incluso cuando no se cumplen nuestras expectativas hacia ellos. No ocurre así siempre cuando adoptamos, esperamos que el niño se ajuste a una idea de lo que nosotros queríamos. Es cuando se produce el rechazo en la adopción y eso es muy duro. Los niños perciben muy rápido cuándo son queridos y aceptados e igual de rápido cuando no lo son».

La conversación ha terminado porque acaba de entrar María Jesús con el expediente del nuevo niño. Los tres se lanzan a conocer al que durante los próximos meses será nuevo miembro de la familia, el séptimo. ¿Esta vez es niño o niña?

 La provincia de Cádiz tiene una red de medio centenar de familias de acogida

«Todos hemos escuchado historias y leído noticias de cómo se puede conseguir un niño en China y está muy bien que la gente lo haga, pero, sin embargo, muy pocos conocen cuál es el procedimiento para tener un niño en acogida durante unos meses en el tránsito entre la retirada de su familia y los trámites de adopción». Rocío Vera es psicóloga de la asociación Márgenes y Vínculos, entidad colaboradora de Integración Familiar de la Junta de Andalucía, y una de sus tareas es trabajar con las familias que se ofrecen a integrarse en la red de  acogimiento, darles a conocer cuál es realmente su tarea con estos niños que son retirados de la tutela de sus padres por cualquiera de los motivos que aparecen en el artículo 23.1 de la ley de 1998 del Código Civil. «El acogimiento es el gran desconocido», reconoce.

El acogimiento familiar necesita todavía mucho recorrido para instalarse como una de las fórmulas más adecuadas de protección familiar, tal y como demuestra el éxito casi total del programa. Al contrario que en las adopciones, no se produce el rechazo una vez que las familias son concienciadas de cuál es su tarea. Y esa tarea es establecer lazos afectivos y eliminar del consciente del niño sensaciones que llevan muy enraizadas como es la culpabilidad por unos hechos, los que le han llevado a que sus padres pierdan la custodia, de los que, son víctimas. «Lo que se pide a esas familias es recuperar la autoestima del niño, quitarle la idea de que no merecen ser queridos y, en ningún momento, estigmatizar a sus padres biológicos.

Simplemente, sus padres no les han podido cuidar. Conseguir esto es mucho más sencillo de lo que parece. Con un entorno tranquilo, ordenado, el niño reacciona rápidamente a esos estímulos positivos».

Lo ideal es que los servicios sociales trabajen para devolver a los niños a sus padres biológicos, pero esto se da en muy pocas ocasiones. «Cuando el niño se le retira a sus padres es porque la situación ya se ha visto muy deteriorada y es muy difícil recuperar un entorno familiar estable». En realidad, la familia de acogimiento suele ser un puente para la adopción, pero esa familia (o solteros, o viudos -el término familia se usa de manera genérica-), que realiza un papel crucial, tiene que tener claro que ellos no son los que adoptan.